Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 – 1682) es la personalidad central de la escuela barroca sevillana, cuya influencia va a perdurar hasta el siglo XIX a través de sus discípulos y seguidores. En Cádiz realizó la que se considera su última obra, pues durante su ejecución sufrió una caída que le condujo poco tiempo después a la muerte. Un hecho que a pesar de su veracidad ha sido objeto de numerosas controversias e interpretaciones desde entonces.
Autorretrato de Murillo. National Gallery. Londres
Tras una mirada biográfica al personaje y su entorno llegaremos al acontecimiento que da título a la entrada y a las repercusiones que tuvo en la ciudad de Cádiz.
Un entorno familiar fundamental para su carrera artística
Nacido en torno al 1 de Enero de 1618, pues esa es la fecha de su bautizo en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, Bartolomé era el menor de los catorce hijos de Gaspar Esteban y de María Pérez Murillo. Su padre era un acomodado barbero, cirujano y sangrador al que en ocasiones se daba tratamiento de bachiller. Con nueve años y en el plazo de seis meses quedó huérfano de padre y madre y fue puesto bajo la tutela de una de sus hermanas mayores, Ana, casada también con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares con quienes convive hasta su matrimonio en 1645 y mantiene con él muy buena relación incluso después de que volviera a contraer matrimonio tras la muerte de su hermana.
Nacido en torno al 1 de Enero de 1618, pues esa es la fecha de su bautizo en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, Bartolomé era el menor de los catorce hijos de Gaspar Esteban y de María Pérez Murillo. Su padre era un acomodado barbero, cirujano y sangrador al que en ocasiones se daba tratamiento de bachiller. Con nueve años y en el plazo de seis meses quedó huérfano de padre y madre y fue puesto bajo la tutela de una de sus hermanas mayores, Ana, casada también con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares con quienes convive hasta su matrimonio en 1645 y mantiene con él muy buena relación incluso después de que volviera a contraer matrimonio tras la muerte de su hermana.
Antonio Palomino cuenta que a los dieciséis años el joven Bartolomé entra de aprendiz en el taller del pintor Juan del Castillo. Este hecho no debe extrañar si nos fijamos detenidamente en las relaciones con la pintura que se dan en su entorno familiar: Para empezar su maestro, Juan del Castillo, está casado con su prima María, hija del pintor Antón Pérez Murillo, cuya otra hija también está casada con un pintor, Francisco Terrón. Es la rama materna la que le aporta las relaciones con el mundo de la pintura ya que este tío Antón está casado a su vez con la hija de su maestro, Vasco Pereira Lusitano, pintor portugués de mérito afincado en Sevilla.
Suele decirse que se advierte la influencia del pintor Juan del Castillo en sus primeras obras, como La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo o La Virgen con fray Lauterio, y santos, realizadas entre 1638 y 1640, aunque sería más adecuado afirmar que en esta primera etapa su obra hunde sus raíces en el grupo de pintores que constituían su círculo familiar, social y profesional, entre los que destacan por su importancia Vasco Pereira y Juan del Castillo, sin dejar de mencionar a Alonso Cano quien colaboraba asiduamente en el taller de su tío y a Pedro Moya, a quien conoce cuando vuelve de Londres, en 1642, y le introduce en el conocimiento de la pintura inglesa.
Izq.: La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo, Palacio arzobispal. Sevilla
Dcha.: La Virgen con fray Lauterio y santos, Fitzwilliam Museum, Cambridge.
A decir del profesor Méndez Rodríguez (Velázquez y la cultura sevillana, 2005) estos grupos relacionados a través de lazos familiares constituían en la Sevilla de la primera mitad del XVII unas estructuras empresariales de gran importancia que además de constituir escuela les permitía abordar como grupo trabajos de gran envergadura.
En 1639 con poco más de 20 años deja el taller de su maestro y empieza a ganarse la vida realizando pinturas para su venta en el denominado "Jueves", mercadillo que se sigue organizando en la actualidad en la calle Feria para la venta de antigüedades y segunda mano. Según Palomino en esta época también pintaba escenas de devoción para el comercio de Indias. Gracias a estos trabajos junta el dinero necesario para trasladarse a Madrid en 1643 siguiendo el consejo de su paisano Velázquez quien le acoge y le introduce en la gran pintura de las colecciones reales: Ticiano, Rubens, Van Dyck, Ribera.... En 1645 vuelve a Sevilla donde expone algunas de sus obras que llaman la atención y empieza a cobrar fama.
Ese mismo año, cumplidos los 27 se casa con Beatriz Cabrera y Sotomayor y recibe el primer encargo importante de su carrera, una serie de obras para el claustro del convento de San Francisco el Grande de Sevilla en el que trabajó hasta el año 1648. La serie muestra historias de santos de la orden franciscana e incluye La cocina de los ángeles, la obra más valorada dentro de la serie por su minuciosidad y realismo, que se caracteriza en su conjunto por su naturalismo y por el uso del claroscuro.
En 1660 , junto con Herrera el Mozo la fundó una academia de dibujo, pintura y escultura en la que los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento. En ella los aprendices y artistas se reunían para dibujar del natural. En 1663, Murillo dejará el cargo siendo sustituido por Juan de Valdés Leal y establecerá una academia particular en su propia casa.
En 1655, pintó la famosísima Natividad de la Virgen que estaba detrás del altar mayor de la Catedral, hoy en el Museo del Louvre, con una escena principal en el centro y otras en segundo plano, en las que aparecen santa Ana a la izquierda y dos doncellas atareadas a la derecha.
También pinta paisajes alabados por Palomino: "no es de omitir la celebre habilidad que tuvo, para los Países que se ofrecían en sus Historias", como los que podemos ver en las cuatro obras de la serie de Historias de Jacob, (que debieron ser inicialmente cinco), que en la actualidad se encuentran dispersas (dos en el Museo del Hermitage, y las otras dos, una en el Cleveland Museum of Art, y otra en el Meadows Museum de Dallas). La técnica utilizada sugiere la influencia de paisajistas flamencos o italianos.
Entre 1660 y 1680 Murillo despliega su periodo más fértil y maduro pintando una gran cantidad de obras como la serie de pinturas para Santa María la Blanca, las obras de misericordia para el Hospital de la Caridad hoy dispersas en distintos museos del mundo y sustituidas por copias, diversas iconografías religiosas como la Inmaculada Concepción, la Sagrada Familia o Jesús niño y san Juanito.
En el momento en que más le sonreía el éxito, el primero de Enero de 1664, cuando él cumplía los 46 de edad perdió a la compañera de su vida, desgracia que sumió a Murillo en mortal tristeza. En este momento solamente le quedaban tres hijos: Francisca de cerca de diez años, sorda de nacimiento, con marcada inclinación a la vida religiosa, Gabriel, de siete y Gaspar, con poco más de tres años.
La mayor parte de su obra, de carácter religioso estaba condicionada por la clientela que le solicitaba obras para iglesias y conventos, pero también mantiene a lo largo de su vida una línea de pintura de género y en menor escala, aunque no menos importante, de retratos.
La estancia en Cádiz y el retablo inacabado
En 1680, un benefactor de la ciudad de Cádiz dejó una manda considerable para restaurar y mejorar el altar mayor del convento de Capuchinos de esa ciudad; la congregación, que conocía a Murillo por la relación que habían tenido en el convento de Sevilla, volvió a acudir a él para realizar en Cádiz un lienzo grande y varios más pequeños para el altar mayor de su Iglesia, ofreciéndole hospedaje para él y sus oficiales en el convento, como habían hecho en Sevilla. Murillo aceptó el encargo y se trasladó a Cádiz con algunos oficiales donde estuvo pintando también para familias acomodadas como las de Bozán Violato y la de los Colarte.
El pintor estableció su taller, tal como había hecho en Sevilla, en la biblioteca del convento y allí estuvo pintando durante al menos año y medio, desde mediados de septiembre de 1680 hasta principios de 1682. Un accidente interrumpirá la realización del retablo gaditano, como consecuencia del cual el pintor será trasladado a su casa de Sevilla donde morirá poco después. El retablo habrá de ser terminado por su discípulo Francisco Meneses Osorio.
Frente a las versiones y especulaciones de diferentes historiadores (Adolfo de Castro, Narciso Sentenach, Ceán Bermudez y otros) sobre este momento de la vida de Murillo, sigo a partir de aquí el Estudio Histórico que publica el capuchino Fray Ambrosio de Valencina en 1908 que documenta este periodo y el acontecimiento que dio lugar a la muerte del pintor.
“Cuando se fueron a colocar en el altar mayor de nuestra Iglesia de Cádiz los cuadros pintados por Murillo en la biblioteca, éste dirigió las obras de albañilería y carpintería, para que los lienzos no perdieran nada de su buen efecto. Llevando a cabo una de estas operaciones en el andamio puesto delante del altar mayor, para la colocación del cuadro de santa Catalina, tropezó, perdió pie y tuvo la desgracia de caer al suelo.
Visitado por los médicos, estos le apreciaron entre ligeras erosiones, un magullamiento general en todo el cuerpo, que podía poner en peligro su preciosa existencia. Con esta caída se le agravó también notablemente una relajación o hernia que padecía, causándole a veces dolores tan considerables, que Murillo se persuadió bien pronto de que se aproximaba su muerte; y por lo mismo, pidió que lo trasladaran a Sevilla para disponer de sus bienes y morir entre los suyos.
Apenas llegó Murillo a Sevilla conoció que le quedaban pocos días de vida. Preparóse en ellos, para comparecer ante Dios, recibiendo con edificante fervor los santos sacramentos, y despidióse amorosamente hasta la eternidad de sus amigos y de su hijo Gaspar, único que pudo asistirle en su última enfermedad.
Otorgó su testamento ante Juan Antonio Guerrero, escribano público de Sevilla, y mientras lo otorgaba sufrió un síncope, precursor de la muerte. Desde aquel momento se fue extinguiendo su preciosa vida, hasta que, evaporándose como el perfume de una flor, el alma piadosa, genial y seráfica de Murillo, voló a la región de la inmortalidad el día 3 de abril de 1682.”
Pese a que suele decirse que tras la muerte del maestro su discípulo, Meneses Osorio, terminó el gran lienzo de los Desposorios que había quedado inacabado, esa información contrasta con la narración de los hechos de fray Ambrosio quien afirma que la caída se produjo en el momento en que, teniendo la obra central del retablo ya terminada, el propio maestro se iba a encargar de dirigir su colocación, lo que justificaría el montaje de andamios en la iglesia.
En 1655, pintó la famosísima Natividad de la Virgen que estaba detrás del altar mayor de la Catedral, hoy en el Museo del Louvre, con una escena principal en el centro y otras en segundo plano, en las que aparecen santa Ana a la izquierda y dos doncellas atareadas a la derecha.
También pinta paisajes alabados por Palomino: "no es de omitir la celebre habilidad que tuvo, para los Países que se ofrecían en sus Historias", como los que podemos ver en las cuatro obras de la serie de Historias de Jacob, (que debieron ser inicialmente cinco), que en la actualidad se encuentran dispersas (dos en el Museo del Hermitage, y las otras dos, una en el Cleveland Museum of Art, y otra en el Meadows Museum de Dallas). La técnica utilizada sugiere la influencia de paisajistas flamencos o italianos.
Jacob bendecido por Isaac y La escala de Jacob, hacia 1660-1665,
Óleos sobre lienzo, Museo del Hermitage. San Petersburgo
Entre 1660 y 1680 Murillo despliega su periodo más fértil y maduro pintando una gran cantidad de obras como la serie de pinturas para Santa María la Blanca, las obras de misericordia para el Hospital de la Caridad hoy dispersas en distintos museos del mundo y sustituidas por copias, diversas iconografías religiosas como la Inmaculada Concepción, la Sagrada Familia o Jesús niño y san Juanito.
En el momento en que más le sonreía el éxito, el primero de Enero de 1664, cuando él cumplía los 46 de edad perdió a la compañera de su vida, desgracia que sumió a Murillo en mortal tristeza. En este momento solamente le quedaban tres hijos: Francisca de cerca de diez años, sorda de nacimiento, con marcada inclinación a la vida religiosa, Gabriel, de siete y Gaspar, con poco más de tres años.
La mayor parte de su obra, de carácter religioso estaba condicionada por la clientela que le solicitaba obras para iglesias y conventos, pero también mantiene a lo largo de su vida una línea de pintura de género y en menor escala, aunque no menos importante, de retratos.
Niños jugando a los dados, [1665-1675], Alte Pinakothek, Munich.
Murillo - Retrato de caballero, [1665], Museo Soumaya. MEX.
La estancia en Cádiz y el retablo inacabado
En 1680, un benefactor de la ciudad de Cádiz dejó una manda considerable para restaurar y mejorar el altar mayor del convento de Capuchinos de esa ciudad; la congregación, que conocía a Murillo por la relación que habían tenido en el convento de Sevilla, volvió a acudir a él para realizar en Cádiz un lienzo grande y varios más pequeños para el altar mayor de su Iglesia, ofreciéndole hospedaje para él y sus oficiales en el convento, como habían hecho en Sevilla. Murillo aceptó el encargo y se trasladó a Cádiz con algunos oficiales donde estuvo pintando también para familias acomodadas como las de Bozán Violato y la de los Colarte.
El pintor estableció su taller, tal como había hecho en Sevilla, en la biblioteca del convento y allí estuvo pintando durante al menos año y medio, desde mediados de septiembre de 1680 hasta principios de 1682. Un accidente interrumpirá la realización del retablo gaditano, como consecuencia del cual el pintor será trasladado a su casa de Sevilla donde morirá poco después. El retablo habrá de ser terminado por su discípulo Francisco Meneses Osorio.
Frente a las versiones y especulaciones de diferentes historiadores (Adolfo de Castro, Narciso Sentenach, Ceán Bermudez y otros) sobre este momento de la vida de Murillo, sigo a partir de aquí el Estudio Histórico que publica el capuchino Fray Ambrosio de Valencina en 1908 que documenta este periodo y el acontecimiento que dio lugar a la muerte del pintor.
“Cuando se fueron a colocar en el altar mayor de nuestra Iglesia de Cádiz los cuadros pintados por Murillo en la biblioteca, éste dirigió las obras de albañilería y carpintería, para que los lienzos no perdieran nada de su buen efecto. Llevando a cabo una de estas operaciones en el andamio puesto delante del altar mayor, para la colocación del cuadro de santa Catalina, tropezó, perdió pie y tuvo la desgracia de caer al suelo.
Visitado por los médicos, estos le apreciaron entre ligeras erosiones, un magullamiento general en todo el cuerpo, que podía poner en peligro su preciosa existencia. Con esta caída se le agravó también notablemente una relajación o hernia que padecía, causándole a veces dolores tan considerables, que Murillo se persuadió bien pronto de que se aproximaba su muerte; y por lo mismo, pidió que lo trasladaran a Sevilla para disponer de sus bienes y morir entre los suyos.
Apenas llegó Murillo a Sevilla conoció que le quedaban pocos días de vida. Preparóse en ellos, para comparecer ante Dios, recibiendo con edificante fervor los santos sacramentos, y despidióse amorosamente hasta la eternidad de sus amigos y de su hijo Gaspar, único que pudo asistirle en su última enfermedad.
Otorgó su testamento ante Juan Antonio Guerrero, escribano público de Sevilla, y mientras lo otorgaba sufrió un síncope, precursor de la muerte. Desde aquel momento se fue extinguiendo su preciosa vida, hasta que, evaporándose como el perfume de una flor, el alma piadosa, genial y seráfica de Murillo, voló a la región de la inmortalidad el día 3 de abril de 1682.”
Desposorios místicos de Santa Catalina
Obra central del retablo realizada enteramente por Murillo, según el relato de Valencina, para la iglesia del convento de Capuchinos. (En la actualidad en el Museo de Cádiz)
Pese a que suele decirse que tras la muerte del maestro su discípulo, Meneses Osorio, terminó el gran lienzo de los Desposorios que había quedado inacabado, esa información contrasta con la narración de los hechos de fray Ambrosio quien afirma que la caída se produjo en el momento en que, teniendo la obra central del retablo ya terminada, el propio maestro se iba a encargar de dirigir su colocación, lo que justificaría el montaje de andamios en la iglesia.
Lo que si está efectivamente documentado es que Meneses Osorio terminó el resto de las pinturas que formaban el retablo, utilizando para ello como modelos diversas obras del maestro, aunque es lógico pensar que ya se hubieran sido realizado los bocetos preparatorios y alguna estuviese en fase de realización.
Las obras se estarían realizando, si nos atenemos a lo que el pintor declara en su propio testamento poco antes de morir: "Item; declaro que yo estoy haciendo un lienzo grande para el convento de capuchinos de Cádiz y otros cuatro lienzos pequeños...".
Izq. Boceto de los Desposorios en Los Ángeles County Museum of Art
Dcha.: Desposorios. Dibujo sobre papel, 13,3 x 9,6 cm. Sotheby´s New York, 2004.
Las obras se estarían realizando, si nos atenemos a lo que el pintor declara en su propio testamento poco antes de morir: "Item; declaro que yo estoy haciendo un lienzo grande para el convento de capuchinos de Cádiz y otros cuatro lienzos pequeños...".
El accidente en el imaginario gaditano
El accidente de Murillo dejó una impronta especial en los gaditanos que sienten cómo su ciudad se convierte de alguna forma en una parte, no poco importante, de la vida del pintor. Algunos lo niegan pues no quieren que se recuerde a la ciudad por tan triste suceso, mientras que otros lo contemplan con el orgullo de haber sido la ciudad elegida por el maestro para realizar la que sería su última actividad artística.
El Marqués de Auñón, en la Corona poética dedicada al pintor sevillano, pone en boca de Murillo estos versos:
A pesar de las controversias que el accidente ha suscitado desde entonces, Murillo fue muy admirado en Cádiz en el siglo XIX. La copia de sus originales fue durante mucho tiempo temática obligada en el aprendizaje de los alumnos de las academias andaluzas y especialmente en las de Sevilla y Cádiz, e incluso se propone con frecuencia para el trabajo de sus postgraduados. El que fuera director de la Academia gaditana, Adolfo de Castro, exhorta a los alumnos a imitar a Murillo, a quien califica de "Príncipe de la Escuela Sevillana" y hace hincapié en la necesidad de "seguir a los buenos maestros tal como hizo Murillo estudiando la pintura de Van Dick, de Ribera y de Velázquez". Por todo ello su fama y su influencia se mantuvo en los artistas locales durante muchos años, hasta principios del siglo XX. Una vez entrado el siglo, se inicia un largo periodo en el que la obra y el pintor pasan a un segundo plano en la consideración de la crítica y el público; periodo en el que suele ser calificado de "sentimental", quizás por el cansancio producido por la multiplicación de sus imágenes en estampas y grabados.
Tendrá que transcurrir más de medio siglo para que esa percepción vuelva a cambiar gracias a la publicación de los trabajos realizados por Diego Angulo o August L. Mayer, o más recientemente por Serrera o Valdivieso, además de la celebración de exposiciones como las de Londres y Madrid en 1982 o las dedicadas a aspectos específicos de su producción, como los «Murillos del Museo del Prado», adquiridos por la reina Isabel de Farnesio (Fundación Focus-Abengoa, Sevilla, 1996); sobre su Pintura de niños (Munich, Dulwich y Madrid, 2001), la dedicada al Joven Murillo del Museo de Bilbao de 2009; y la última del Museo del Prado "Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad» en 2012; acontecimientos que han contribuido a volver a colocar a Murillo en el lugar que le corresponde, entre los más grandes de la historia de la pintura española.
Es de esperar que en 2018 se celebre el quinto centenario de su nacimiento con la importancia que tal acontecimiento merece.
El certamen de pintura de Cádiz de 1861. Tema: La caída de Murillo
La devoción gaditana hacia el pintor sevillano alcanza su momento álgido a mediados del siglo XIX, cuando la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz decidió convocar un concurso de pintura para promocionar la ciudad, su historia y su arte, y eligen como tema histórico vinculado con su ciudad, el suceso de la caída del pintor en la Iglesia de los Capuchinos de Cádiz cuando pintaba los Desposorios de Santa Catalina concretando en las bases que las obras debía versar sobre "el acto en que los religiosos y algunas de las demás personas dan auxilio a Murillo". Estableciendo un primer premio de diez mil reales de vellón y un accésit de cinco mil.
Según las actas que se conservan del concurso comentadas por Nerea V. Pérez López de la Universidad de Sevilla en su artículo La caída de Murillo, primer concurso de pintura de la Academia de Cádiz, (2012, Archivo Hispalense) los artistas debían cumplir el único requisito de ser españoles y las obras debían presentarse de manera anónima y sin mención de su proveniencia. Los datos personales debían ir en un sobre adherido en el reverso de la obra con un lema escrito en su exterior. Al concurso se presentaron siete cuadros, que se expusieron bajo los lemas para mantener en todo momento el anonimato:
1. "Nada es tan hermoso como la Verdad",
2. "Ars longa, vita brevis",
3. "Abán protege a las Artes",
4. "El triunfo es siempre de quien se vence a sí mismo",
5. "Mes de Mayo",
6. "In magnis, satis est voluisse"
7. "Murillo siempre serás admirado".
El accidente de Murillo dejó una impronta especial en los gaditanos que sienten cómo su ciudad se convierte de alguna forma en una parte, no poco importante, de la vida del pintor. Algunos lo niegan pues no quieren que se recuerde a la ciudad por tan triste suceso, mientras que otros lo contemplan con el orgullo de haber sido la ciudad elegida por el maestro para realizar la que sería su última actividad artística.
El Marqués de Auñón, en la Corona poética dedicada al pintor sevillano, pone en boca de Murillo estos versos:
Yo del arte divino en los altares
sacrifiqué mi vida;
lo saben, ¡ay! los gaditanos mares,
y aún lamentan mi fúnebre partida.
A pesar de las controversias que el accidente ha suscitado desde entonces, Murillo fue muy admirado en Cádiz en el siglo XIX. La copia de sus originales fue durante mucho tiempo temática obligada en el aprendizaje de los alumnos de las academias andaluzas y especialmente en las de Sevilla y Cádiz, e incluso se propone con frecuencia para el trabajo de sus postgraduados. El que fuera director de la Academia gaditana, Adolfo de Castro, exhorta a los alumnos a imitar a Murillo, a quien califica de "Príncipe de la Escuela Sevillana" y hace hincapié en la necesidad de "seguir a los buenos maestros tal como hizo Murillo estudiando la pintura de Van Dick, de Ribera y de Velázquez". Por todo ello su fama y su influencia se mantuvo en los artistas locales durante muchos años, hasta principios del siglo XX. Una vez entrado el siglo, se inicia un largo periodo en el que la obra y el pintor pasan a un segundo plano en la consideración de la crítica y el público; periodo en el que suele ser calificado de "sentimental", quizás por el cansancio producido por la multiplicación de sus imágenes en estampas y grabados.
Tendrá que transcurrir más de medio siglo para que esa percepción vuelva a cambiar gracias a la publicación de los trabajos realizados por Diego Angulo o August L. Mayer, o más recientemente por Serrera o Valdivieso, además de la celebración de exposiciones como las de Londres y Madrid en 1982 o las dedicadas a aspectos específicos de su producción, como los «Murillos del Museo del Prado», adquiridos por la reina Isabel de Farnesio (Fundación Focus-Abengoa, Sevilla, 1996); sobre su Pintura de niños (Munich, Dulwich y Madrid, 2001), la dedicada al Joven Murillo del Museo de Bilbao de 2009; y la última del Museo del Prado "Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad» en 2012; acontecimientos que han contribuido a volver a colocar a Murillo en el lugar que le corresponde, entre los más grandes de la historia de la pintura española.
Es de esperar que en 2018 se celebre el quinto centenario de su nacimiento con la importancia que tal acontecimiento merece.
El certamen de pintura de Cádiz de 1861. Tema: La caída de Murillo
La devoción gaditana hacia el pintor sevillano alcanza su momento álgido a mediados del siglo XIX, cuando la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz decidió convocar un concurso de pintura para promocionar la ciudad, su historia y su arte, y eligen como tema histórico vinculado con su ciudad, el suceso de la caída del pintor en la Iglesia de los Capuchinos de Cádiz cuando pintaba los Desposorios de Santa Catalina concretando en las bases que las obras debía versar sobre "el acto en que los religiosos y algunas de las demás personas dan auxilio a Murillo". Estableciendo un primer premio de diez mil reales de vellón y un accésit de cinco mil.
Según las actas que se conservan del concurso comentadas por Nerea V. Pérez López de la Universidad de Sevilla en su artículo La caída de Murillo, primer concurso de pintura de la Academia de Cádiz, (2012, Archivo Hispalense) los artistas debían cumplir el único requisito de ser españoles y las obras debían presentarse de manera anónima y sin mención de su proveniencia. Los datos personales debían ir en un sobre adherido en el reverso de la obra con un lema escrito en su exterior. Al concurso se presentaron siete cuadros, que se expusieron bajo los lemas para mantener en todo momento el anonimato:
1. "Nada es tan hermoso como la Verdad",
2. "Ars longa, vita brevis",
3. "Abán protege a las Artes",
4. "El triunfo es siempre de quien se vence a sí mismo",
5. "Mes de Mayo",
6. "In magnis, satis est voluisse"
7. "Murillo siempre serás admirado".
Adolfo de Castro secretario en aquel momento de la Sección de Pintura de la Corporación, fue el encargado de realizar la memoria y la crítica de las siete obras presentadas de las que en la actualidad únicamente se conservan tres.
EL PRIMER PREMIO. Correspondió a un jovencísimo Alejandro Ferrant y Fishermans, de poco más de dieciocho años por la que obtuvo un premio de diez mil reales de vellón y su obra quedó en el Museo de Cádiz, donde se encuentra en la actualidad, aunque guardada en su almacén.
Primer premio: Nº7. Alejandro Ferrant Fishermans. Lema: "Murillo siempre serás admirado".
(No es posible obtener una imagen en color pues el Museo informa que la obra se encuentra protegida para evitar su deterioro).
De ella el crítico realiza la máxima ponderación y la describe minuciosamente, calificándola como "cuadro de gran composición". La obra se desenvuelve en un amplio espacio en el que el andamiaje crea el efecto de profundidad. En el centro se encuentra Murillo auxiliado por un grupo de monjes, un monaguillo y otros personajes que se han acercado al oír la caída. El pintor, en una postura un tanto teatral, está siendo atendido por un fraile que le ofrece una escudilla de agua y un joven a su costado derecho que parece sostenerle y que se ha identificado como un discípulo. La presencia de este joven es una constante en todas las obras presentadas.
EL SEGUNDO PREMIO. El accésit, fue para otra de las obras conservadas en el Museo. Fue otorgado al granadino y entonces profesor de la escuela gaditana José Marcelo Contreras Muñoz (1827-1890) a quien se lo compró una Sociedad local y que se encuentra en la colección Bellver, donada recientemente a la ciudad de Sevilla.
Accesit: Nº4. José Marcelo Contreras. Lema: "El triunfo es siempre de quien se vence a sí mismo"
En la Memoria de Castro también se elogia esta obra en la que se destacan «detalles de ejecución felicísima, nobles aspiraciones, amor al arte y sentimiento de lo bello». En la obra, Murillo, que aparece sentado en unos escalones, está siendo auxiliado por dos frailes y un joven que le toma la mano en una actitud de confianza que hace pensar en un discípulo. Detrás de ellos otro monje observa el andamio señalando el posible fallo, mientras otros llegan por una puerta que se abre a la derecha a los que un caballero con espada, que se encuentra en primer término, de espaldas, parece por su ademán relatarles el suceso. Al fondo, el lienzo de los Desposorios se encuentra tapado y en primer plano a la izquierda, caído en los escalones, un cartapacio sobre el que se encuentra el boceto de la obra así como la paleta rota del pintor.
LA TERCERA OBRA CONSERVADA. También en el Museo de Cádiz se conserva la obra que presentó Manuel Cabral Bejarano (1827-1891) que, aunque no obtuvo premio alguno, fue adquirida por la propia corporación municipal gaditana. Esta obra ha sido recientemente restaurada y se encuentra expuesta en el Museo. (Nos preguntamos el criterio seguido para la elección de esta obra para su restauración en lugar de elegir la de Ferrant que obtuvo el primer premio y que, como hemos comentado, se encuentra en el almacén del museo en estado precario, pendiente de restauración).
Nº 6. Manuel Cabral Bejarano.
Lema: "In magnis, satis est voluisse" (en lo grande es suficiente haber querido)
El pintor utiliza el mismo punto de vista de la obra anterior aunque acerca más la escena al espectador. Vemos al fondo el lienzo de los Desposorios de Santa Catalina ya colgado. También aparece en el suelo la paleta rota. Murillo aparece recostado en el suelo con un ayudante que le sostiene por detrás, a su izquierda el joven aprendiz le sostiene la mano derecha. En su entorno diversos frailes en diferentes actitudes: ofreciendo agua, sorprendiéndose, mirando al lienzo con los dedos cruzados. La crítica que recibe la obra es positiva destacando que «la entonación del cuadro es muy agradable».
Hay constancia de que una de estas pinturas fue presentada por por el canario Isidro González Romero (1823-1905) de quien se sabe que vendió la obra al Duque de Abrantes y de otra que habría sido realizada por el asturiano Ignacio León y Escosura (1834-1901) aunque se desconoce en la actualidad el paradero de ambas.
El primer premio conseguido por Alejandro Ferrant en el certamen de Cádiz de 1862, con poco más de dieciocho años, representa el punto de partida de una carrera plagada premios y reconocimientos, entre los que hay que señalar que también fue el ganador de las dos ediciones siguientes del certamen gaditano.
Alejandro Ferrant y Fishermans
En el concurso celebrado el año 1864 en Cádiz obtuvo el primer premio por su obra Acción de armas de los gaditanos contra los moros en 1574 (Museo de Cádiz) que representa un episodio de la historia local, en el que unos piratas berberiscos son sorprendidos por los gaditanos en la playa de Torregorda, cerca de Cádiz, en el momento en que se disponen a reembarcar con su botín, después de haber saqueado el paraje.
A. Ferrant. Acción de armas de los gaditanos contra los moros en 1574. Museo de Cádiz
En el siguiente certamen de 1868, también obtuvo el primer premio con la obra Martirio de los santos Servando y Germán que según el Catálogo del Museo de César Pemán de 1952, se encuentra en el almacén del museo. De acuerdo con la descripción del catálogo la obra muestra en el centro uno de los jóvenes arrodillado antes de recibir el golpe de espada del verdugo, mientras a su espalda otro personaje muestra la cabeza de su compañero cuyo cuerpo yace en tierra. La mitad superior del lienzo la ocupa una alegoría en la que se ve al santo con palma vestidura blanca elevado hacia el cielo. La escena responde a la tradición iconográfica gaditana de los jóvenes patronos de la ciudad, en cuyas inmediaciones fueron martirizados.
Por sus múltiples méritos artísticos Alejandro Ferrant consiguió en 1874 la plaza de pensionado de mérito en la Academia de Bellas Artes de Roma, estancia que duró tres años, hasta 1877, destacando entre sus trabajos allí realizados su San Sebastián extraído de la Cloaca Máxima, (MNP) por el que obtuvo medalla de primera clase en la Exposición Nacional de 1878.
En 1880 fue elegido individuo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue profesor de la Escuela Central de Artes y Oficios. así como Director del Museo de Arte Moderno. Ferrant formó parte de los dibujantes que inauguraron y enriquecieron, junto con los litógrafos, la moderna ilustración gráfica.
Son destacables en este artista además de sus facetas de dibujante y acuarelista, su dedicación a la pintura de decoración de interiores de la que tenemos muestras excelentes en San Francisco el Grande, en el Ministerio de Agricultura o en el Palacio de Linares, por citar solamente las principales. No obstante a pesar de conseguir un gran prestigio en su época, la fortuna crítica del siglo XX le olvidó injustamente y hoy resulta escasamente conocido.
Alejandro Ferrant y Fishermans. Pintura decorativa en el Palacio de Linares. Madrid
Alejandro Ferrant y Fischermans, 1877, MNP
Detalle de La extracción del cuerpo de San Sebastián de la Cloaca Máxima,
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